No os pasa que estamos artos de tanto miedo, terror, pavor, ansiedad, pandemia, virus, vacunas, negocios y muchas cosas más. ¡hace pereza solo leerlo!
Os podría mentir pero os puedo ser sincero, pero aquí siempre digo la verdad, estoy viviendo una etapa difícil, como quizás jamás la hubiera imaginado, una historia surrealista como uno de los mejores libros de Tolkien. Estoy a punto de perderlo absolutamente todo, aunque hay algo que jamás pueden quitarme. Esta es y será mi libertad. Quiero que sepas que voy a salir y voy a disfrutar de las cosas que me ofrece la vida, sin mirar atrás y anclarme en el pasado. Quiero saber que gracias a mis mejores amigos hoy soy lo que soy. Se me da muy mal decir adiós. Pero despido la etapa por finalizada.
Crecer es aprender a despedirse, he dicho siempre. Quizás sólo por eso, puede que aún hoy siga siendo un inmaduro, ya que necesito mi manada para sobrevivir a todos los problemas que afrontamos a lo largo de nuestra vida. Aunque si lo pienso, me alegro tanto de tenerlos, quien tendría una buena historia, sino tuviera nadie a quien compartirlo. Ahora ya me voy a ir, me voy a despedir de esta etapa como hago siempre en este blog, en silencio, con pocas palabras, sin decir nada a nadie, sin despedirme de veras. Si en este blog, en cualquier momento, dejo una frase a medias, una de esas que siempre he sido incapaz de acabar, ya sabes de qué va. El caso es que después de ya no sé cuántos años escribiendo aquí –también soy muy malo para las fechas–, empiezo una nueva etapa. Una nueva etapa donde iremos juntos en manada, solos, como esos lobos solitarios en el bosque, juntos a otro sitio, a otro lugar, a empezar otro proyecto que ahora no viene al caso. O igual a mi casa, a escribir en mi blog, eso ya lo veremos porque lo cierto es que aún tengo cosas por decidir y por cerrar. Da lo mismo lo que pase.
Sin embargo, antes de irme, ¡un paréntesis! No me voy del blog, nos veremos por aquí, entre miles de errores y algún éxito. Espero que volvamos a encontrarnos juntos en todos los nuevos proyectos que vienen. Precisamente, ellos tienen muchas ganas, están locos, me hacen caso y no saben como me llegan a convencer que lo que estamos haciendo es histórico. Mi terapia ha sido en abrazarles, en confiar en ellos, en dejarme llevar, en llorarles en el hombro, en explicar cada emoción salida de dentro, sin filtros, con verdad.
Tampoco quisiera darme la importancia que no tengo. Soy muy consciente de mucho que me queda, de lo mindundi que sigo siendo al lado de gente muy grande a la que admiro y seguiré admirando por su forma de plasmar el miedo, la esperanza, la rabia o la soledad. Pero como ocurre con los abrigos que te dejan, siempre encuentras tu manera de arremangártelos y hacerlos tuyos aunque sólo sea de manera temporal. Y hasta te diría que abrigan más. No sólo por la tela que sobra. Sino por las arrugas que crean, y como todo el mundo sabe, cuando algo o alguien tiene arrugas, como que refugia más.
Me voy, ah, sí, que el último que apague la luz, –que no está la factura para dejarla encendida–, pero que sobre todo jamás cierre la puerta.
Porque vamos a salir, salirnos de nuestro camino.
Porque esta noche y esta vez, para siempre.
La manada sobrevive.